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“La única discapacidad que tienen las personas es la ausencia de voluntad”

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La vida les puso a prueba, pero ellas nunca se rindieron. A pesar de que llevan la marca de una discapacidad física, jamás dejaron de ser madres, esposas  mujeres y policías. Esta es la historia de Ángela, Jacqueline y Soraya, tres agentes en servicio activo de la Policía Nacional que trabajan en la Unidad de Atención a Policías con Discapacidad y son el vivo ejemplo de superación y amor al uniforme policial.

Septiembre tiene una connotación especial para la cabo segundo Angela Borja. Hace cinco años, un domingo de ese mes, un tráiler la atropelló. Ese día, ella fue a brindar auxilio a unas personas que había sufrido un accidente de tránsito en el sector de El Conquer, en Carchi.

Mientras tomaba apuntes sobre el accidente para hacer el parte policial, un vehículo se salió de la carretera, embistió a la uniformada y a las personas que se encontraban en el parterre. Una de ellas falleció.  “Perdí el conocimiento y no me acuerdo lo que pasó, solo cuando desperté sentía que me dolía la pierna derecha”, cuenta la agente.

Ese día estuvo a punto de morir. Sin embargo, esto no fue la única mala noticia que recibió. Más tarde, sus médicos le contaron que su pierna derecha había sido amputada, si no la retiraban había riesgo de que muera. Ella quedó en shock, no lo podía creer.  Sus familiares y amigos le decían que haber sobrevivido al atropellamiento era ya un milagro.

Una buena noticia

Pasaron varios días para que ella pueda entender  su nueva condición. Pero así como las malas noticias no llegan solas,  los milagros tampoco. A través de exámenes realizados en el Hospital de la Policía, le confirmaron que estaba embarazada de dos meses. Entonces fue allí que la policía encontró una razón más para vivir.

Dio a luz y enseguida fue operada de la cadera. Con su hija recién nacida empezó una recuperación que duró alrededor de un año y medio.  Con la ayuda de una prótesis ahora Angelita -como la llaman sus amigos- puede caminar y valerse por ella misma.  Su historia es una de las 500, que es el número de policías que poseen alguna discapacidad física o psicológica.

Cinco años después Angelita cambió el arma de dotación por una sonrisa y el tolete por el buen sentido del humor, ahora esas son sus armas. Septiembre vuelve a aparecer en su vida y en ese mes en el 2012, viajó a EE.UU donde otros compañeros policías de ese país le rindieron homenaje y le entregaron tres condecoraciones al mérito.

Ganadora

Las dificultades para Angelita no fueron para siempre. Otra vez en septiembre del 2013 ganó el concurso de relatos policiales, además de las medallas de plata en los Juegos Paraolímpicos realizados en Medellín, Colombia.
“Antes, todos los días me gustaba correr, ahora no puedo pero cambié esa disciplina por el lanzamiento de bala, jabalina y disco, soy vicecampeona a nivel internacional y campeona a nivel nacional, solo me lo propuse”.
En mayo del año pasado su trabajo y tenacidad fue reconocido por el Municipio de Quito. En una ceremonia se le entregó el premio Manuela Espejo.  “Todo este trabajo es dedicado a mi hija que es mi razón de ser, además porque estoy de acuerdo que la única discapacidad que tienen las personas es la discapacidad de la voluntad, todo se puede queriendo”, declaró Angelita.
Cinco títulos académicos

Utilizó su recuperación para elevar su nivel intelectual. El dolor producido por su enfermedad lo transformó en motivación para adquirir cinco títulos académicos. Se trata de la sargento primero Jaqueline Moncayo, policía desde hace 23 años.

Los últimos cuatro de ellos padeciendo el Síndrome de SJörgren, que es una enfermedad de la resequedad, que afecta a las articulaciones, a los huesos y a los músculos. Los dolores son permanentes en todo su cuerpo, sin embargo su valentía y determinación son más fuertes que sus dolencias.

Moncayo realizaba sus labores de policía de manera normal. Llegó a ser vicerrectora del Instituto Tecnológicos Superior de la Policía, en el sur. Cubría operativos y su vida marchaba sin contratiempos.

Pero después de realizarse varios exámenes le diagnosticaron el síndrome. Al principio, no sabía cómo afrontar la enfermedad. Cayó en el agujero oscuro de la depresión. Pero su madre Teresa la ayudó a levantarse y luchar para realizar sus sueños.

Es así que ocupaba su tiempo de reposo para estudiar y estudiar. Los años transcurrieron y el esfuerzo recogió sus frutos. Estos son una maestría en Educación Superior, una licenciatura en Comercio y Administración, tres diplomados en: Investigación, Liderazgo y Gerencia Educativa.

A esto hay que añadirle que es parte de una Club de Oración que sirvió de consuelo cuando todo parecía estar perdido. “la vida no se termina con una enfermedad, mis madre y mis hijos son la principal motivación para salir adelante y poder ayudar también a otros compañeros que tienen alguna discapacidad”, afirmó Jaqueline.

Su vida ahora tomó un giro. Brinda apoyo a la Unidad de Atención al Personal Policial con Discapacidad, además de exponer conversatorios sobre Derechos Humanos. “Hay un punto en la vida que lo único que te queda es luchar y salir adelante como sea, no podemos quedarnos sin hacer nada, todo pasa”, señaló la sargento primero.

Creó una Fundación

La sargento primero, Soraya Sánchez, a partir de su discapacidad en la rodilla de su pierna izquierda creó una capacidad para ayudar al prójimo. Después de recibir seis operaciones, pensó que nunca más podría caminar. Pero la tenacidad para poder recuperarse y la ayuda de su familia lograron que ella vuelva a caminar.

La sargento ingresó a la Policía Nacional a través del Alta Policial. Ella fue una de las personas quienes crearon el Banco de Sangre del Hospital de la Policía. Cuando ingresó a la Institución fue designada a realizar un curso de profesionalización. Allí empezaron los problemas.
En uno de los ejercicios realizados se rompió los ligamentos de su rodilla.  El daño fue tal que tuvo que soportar seis operaciones. Algunas personas pensaron que no volvería a caminar. Ella misma se sentía impotente al no poder realizar sus actividades diarias.

Fue entonces cuando fue operada por última vez por el traumatólogo Pablo Ramos. Cuando todo parecía que iba a estar bien sufre nuevamente en su pierna una trombosis, que le dejó sin masa muscular a su miembro inferior.

La depresión y la tristeza se hicieron presentes en su vida. Empezar de cero con su recuperación y sin saber si iba a volver a caminar, la preocuparon.  A pesar de esto, tomó valentía y empezó el proceso. Su familia fue su aporte principal. Su esposo César y sus hijos David y Gabriela la ayudaron para que su vida vuelva a ser normal.

“Por muchos meses me cargaron en sus brazos para poder movilizarme en la casa y su amor y cariño fue la mejor medicina que pude tener, el amor lo cura todo, lo puede todo”, dijo la sargento.

Meses después, su recuperación fue óptima, pero no sabía cómo devolver el milagro de volver a caminar. Es así que creó junto con otras personas el Albergue Padre Úber Rendón, dentro del Hospital Pablo Arturo Suárez.

“En este albergue ayudamos a personas que no tienen recursos y les brindamos comida, ropa y artículos de primera necesidad. Esto es un voluntariado y poder devolver esperanza a los más necesitados me llena de alegría”, contó.

Todas trabajan en la Unidad de Atención al Personal Policial con Discapacidad. Son invitadas para  brindar conversatorios de liderazgo y de cómo enfrentar las dificultades. Su mensaje: “Todo puede ser superado con voluntad, solo uno pude salir de las dificultades”.   DNCE/MDI

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