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El pronóstico de vida era desesperanzador, la fe y sus batallas personales transformaron esa realidad

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El pronóstico de su vida pasó de ser reservado a trágico, en pocos minutos. Le dijeron que nunca más caminaría, que si lo hacía, sería a través de muletas… y eso, si lograba pararse. Atrás quedaron los días en que montaba orgulloso su moto Kawasaki 650, como agente del Grupo de Operaciones Motorizadas (GOM). Su presente era permanecer en una taciturna camilla, donde el reto más grande era ir al baño, con sufrimiento y dolor de por medio.

Noche trágica

Un chaleco ensangrentado y un casco roto es lo único que conserva de aquella noche del 17 de septiembre del 2014. Ese día marcó un punto aparte en la vida del cabo primero Vicente Tamayo, de 31 años. Cuando piensa lo que pasó ese día siempre mira hacia el cielo y su conversación es más pausada de lo normal. A modo de ‘flashback’ dice que solo recuerda un fuerte golpe en la frente que lo desestabilizó y cayó de la moto; del resto recuerda casi nada, excepto que ya no pudo pararse.

En las imágenes que fueron transmitidas por televisión se pudo observar una lluvia de piedras que caían sobre Tamayo. Enseguida, un grupo de ‘manifestantes pacíficos’ lo pateaban mientras permanecía en el piso y descargaban más piedras sobre él. Sus compañeros lo salvaron y trasladaron a un local de los tantos que hay en los alrededores del Colegio Mejía. Estaban rodeados. Cerraron una puerta lanfor y se escuchó un gran estruendo, producto de los golpes de palos y piedras que caían sobre la puerta metálica. La turba los estaba buscando.

En el sur de Quito, en El Calzado, su esposa Ana lo llamó por teléfono, pero el celular del policía estaba apagado. Un pálpito le dijo que algo no estaba bien, pero intentó despistar esos pensamientos y se apresuró a preparar la merienda para cuando llegue su esposo. Eran las 20h00 y él no llegó a casa. La llamada de una amiga le advirtió que escuchó a unos compañeros policías decir que un grupo de motorizados habían caído en combate y que dentro de ese grupo estaba su esposo.

Un sudor helado corrió por su cuerpo. Dejó todo lo que estaba haciendo y se trasladó al Hospital de la Policía. En el centro todo era un caos. Una ambulancia sacó al cabo Tamayo del local mientras sus compañeros lo protegían. Todas las ventanas del vehículo fueron rotas; el frío ingresaba al vehículo y los gritos de los manifestantes también. Los agentes solo pensaban en cuidar a Tamayo, cuyo rostro estaba marcado por la sangre, producto de los golpes en su cabeza.

Cadera destruida

En el Hospital de la Policía empezó otro capítulo de la historia. El pronóstico de Tamayo era peor de lo que se pensaba. Las radiografías revelaron una fractura del hueso sacro, más fractura sacro-ileaca bilateral y multifracturas en el rostro. En otras palabras, toda su cadera y cintura estaban rotas, así como parte de sus vértebras. La cabeza del fémur estaba fuera de lugar. ¡Al cabo Tamayo lo desarmaron! Literal.
El agente soportó dos operaciones, cada una de tres a cuatro horas de intervención. Le colocaron cuatro placas en la cadera y una en la pared nasal izquierda, 14 tornillos de los cuales en la actualidad dos están sueltos y seis están doblados. No lo pueden operar nuevamente porque, según los médicos, es muy riesgoso por la cantidad de nervios que se verían afectados.

Recuperación

La tercera parte de la historia de Tamayo no deja de ser dolorosa, pero sí esperanzadora. Su habitación de soltero en la casa de sus padres se convirtió en su búnker de recuperación. Una pared tuvo que ser retirada para que entre la camilla, que se convirtió en su fiel compañera, e instalaron sogas amarradas desde el techo para la rehabilitación.

No podía moverse, solo el hecho de bañarse le provocaba un dolor inmenso. Su esposa, sus hijos, su madre, sus hermanos y su perro fueron todas sus razones para tratar de levantarse. Pero algo faltaba. Algo que no era de este mundo. Los rezos de Ana y de su madre a la virgen de El Cisne debían servir de algo.

Pasaron 40 días y 40 noches cuando un diluvio cayó en la capital. Mientras Tamayo conciliaba el sueño, una gotera lo levantó a la fuerza y tuvo que sentarse. A pesar del intenso dolor que le provocó, se alegró, porque hizo algo que no estaba en el presupuesto de su recuperación. Desde allí empezó otro episodio. Llámelo mensaje divino, llámelo una señal del cielo, pero “de que fue una señal, lo fue”, afirma el policía.

Caminó con su hijo

Su pequeño hijo Martín también aprendía a caminar y esto también fue la motivación para que Tamayo tome las muletas y se pare. “Aprendí a caminar junto con mi hijo”, comenta. Su perro Bruno, un pastor alemán, tampoco lo abandonó y desde la pureza de los juegos del can también lo ayudó a recuperarse. “El amor a mi familia y a la Policía hizo que no me rindiera y que cada terapia fuera una batalla personal, batalla que ganaba todos los días”.

Pasaron siete meses de intenso ejercicio físico. Mente y cuerpo se habían acostumbrado al dolor, pero no se resignaron a no volver a servir dentro de la Policía. En mayo del 2015 se reincorporó a la filas de su amado GOM, en el Distrito Quitumbe. Una nueva moto Onda Tornado 250, nuevos uniformes y una nueva vida lo esperaban.

Importantes operativos

Inició con pie derecho ante el asombro de sus compañeros y de sus superiores que lo enviaron a patrullar. Tal fueron sus ganas de demostrar que estaba recuperado, que el 24 de julio pasado realizó un operativo importante y junto con otros compañeros detuvo a una organización de microtraficantes que trasladaban 1 kilo de marihuana, en el sector de Santa Rita. Ese día hubo tres detenidos. Para no perder la costumbre, el 27 de septiembre también detuvo a tres presuntos delincuentes que intentaban ingresar al domicilio de un militar.
Volvió a las calles

Se acercaba la prueba psicológica más fuerte. En las últimas protestas tuvo que regresar al lugar donde casi perdió la vida. Con valentía patrulló las últimas manifestaciones y “enfrentando” al destino, fue parte del equipo que cuidó a los manifestantes en los alrededores del colegio Mejía.

Su esposa Anita, cada vez que se entera de que su esposo es parte de los equipos que van a las manifestaciones siente escalofrío, pero trata de disimularlo. “A él le gusta, solo le pido que se cuide y que no apague el teléfono”.

Para ella, lo más fuerte de toda esta historia es que los organismos de Derechos Humanos jamás le llamaron, ni siquiera a preguntar cómo está la recuperación de su esposo, solo se fijaron en las detenciones de los llamados ‘manifestantes pacíficos’, pero no en los policías heridos. “Eso me enoja, me pone de mal humor, porque ni siquiera los medios de comunicación mostraron la violencia del ataque de estos estudiantes”, comenta con indignación.

Héroe

Para Tamayo, esto ya no es importante ahora, lo que desea es poder recuperarse en su totalidad. Las secuelas no se han ido del todo. Hay un dolor permanente que solo es justificado cuando monta su moto del GOM, aunque no puede estar parado mucho tiempo.

En su perfil y estado de WhatsApp tiene la foto de su gran amor Anita y una frase que dice: “Solo el tiempo te ayudará a sanar las heridas, pero depende de ti, para que no queden cicatrices”. Para toda su familia Tamayo es un héroe, para la Policía es un valiente de corazón. Redacción O. R. /Quito/MDI/DNCE.

 

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